Aniversario y balance. Una debilidad por las fronteras y los márgenes
La travesía de Laberintos Suburbanos empezó un 2 de
marzo de 2015, como un intento de inserción a-estética en el informe espacio de
todo lo despreciado, lo banal, lo críptico y contaminado, como una apuesta en
pos de una ilustración alternativa, cuya razón luz, desde el principio optara
por una suerte de visión tubular, visión que tuviese como analogía, la noción
de un centro negro o punto ciego, cuyos márgenes iluminados, inmaculados, vayan
abriendo la posibilidad de detenernos en lo poco visible, como praxis de
descentramiento de los focos de atención en exfocos que permitan el
desocultamiento de lo minoritario, de lo marginal, de lo excluido, para abarcar
así todas las variables posibles y pasibles de ser relatadas, enunciadas e
historiadas, como apertura hacia multiplicidades y diferencias totalmente nuevas,
o simplemente nunca antes vistas ni oídas; ya sean políticas, antropológicas,
sociales, sexuales, sub o paraculturales, pero insertas en un espectro en el
que lo que se desea elucidar o iluminar no sea lo ya racionalizado, sino lo
irracional, lo oscuro, apuntando a aquello que de alguna manera podríamos
identificar como antimainstream, pero
que no solo se detenga en lo contracultural, sino que en su espacio abarque
también lo bizarro, lo monstruoso, lo escabroso y amoral.
Desde el principio esas han
sido nuestras razones, sobre todo porque irrumpimos en un momento que considerábamos
crucial, insertándonos en un contexto en el que experimentábamos lo que
sartreanamente se ha evidenciado como una suerte de náusea existenciaria; una
sensación óntica e individual que al ser traspasada a lo social, se fue convirtiendo
en actitud sociopolítica. Presentándonos cada posibilidad de canalización y
diseminación de ideas como salidas nuevas, como ensayos nuevos o vías de escape
hacia posibilidades otras, posibilidades que nos han ido proveyendo de pretextos
para abordar y repensar discursos o símbolos ubicados en los márgenes casi siempre
invisibles y ausentes de la ciudad, como (ex)centros de lo discriminado, de lo
segregado, de lo criminalizado por lo que hemos aprendido o se nos ha enseñado
a conocer como cultural oficial o real, para desdeñar otras posibilidades.
Por ello lo pensamos y asumimos
la especificidad de estos discursos ―como signos foucaultianos de poder― y su
exterioridad, desde donde aspiramos albergar y tolerar no solo lo normalizado o
domesticado dentro de los parámetros estéticos y políticamente correctos de la
sociedad, asumiendo que se discrimina y desdeña todo lo que no puede entenderse
o racionalizarse desde el interior de los prejuicios, a manera de obstáculos
epistemológicos (Bachelard), sino también el espectro amplio de lo anómalo y marginal,
en una suerte de exterioridad deleuzianamente rizomática que va construyendo, a
manera de enclaves, guetos o centros de concentración, archipiélagos de otredad
que van diseminándose en el interior “mismo” de la mismiedad; en una geografía
metropolitana que va adaptando sus necesidades a nuevos esquemas de control y
represión.
En este sentido, no obstante
que parecemos habitar en un espacio culturalmente democrático, normalizado, socializado
y aséptico, solemos encontrarnos con esos intersticios encubiertos, negados, desacreditados
por su impureza, su disonancia o su marginalidad simbólica, espacios segregados
que son los que resultan propicios para nuevas reflexiones y disquisiciones, desde
sentidos nuevos que podrían permitirnos un reabordaje, recreación o
clasificación-desclasificación de las diferencias, en eso que Jacques Derrida
entendía, en los Márgenes.., que
estaba más allá del texto filosófico ―o de cualquier texto en general―, en el
que “no hay un margen blanco, virgen, vacío, sino otro texto, un tejido de
diferencias de fuerzas sin ningún centro de referencia presente”, y que suele
albergar racionalidades fronterizas que pendulan, absorben y se articulan, no
en el interior de un ethos social,
sino en el inter-espacio de múltiples ethos
y conciencias, en territorios de recepción, creación y enunciación, pero
prestando atención a las zonas marginales o suplementarias de la imagen-texto.
Es por ello que, luego de
todo este tiempo, hemos querido presentar esto como una posibilidad (ex)ótica,
como un lugar de confrontación que irrumpe en un entorno poco inspirador y delirante
que está viendo emerger avatares nuevos de fascismo y microfascismo, pero
también nuevas formas de resistencia. Lugares en los que atreverse, luego de un
primer impulso que terminó por desarticularnos (2015-2018), derivó en la
posibilidad de hacernos reformular estrategias que se fueron tornando más conflictivas
y arduas, sobre todo si asumimos esto como plan y plataforma aspiracional, en el
deseo de ser o manifestarnos como contrapeso asistémico, al proceso de descomposición
y degradación social sistémica que desde sus múltiples manifestaciones se viene
repotenciando y normalizando en toda la región.
En este sentido, así como
hablamos del histórico fin de ciclo de la izquierda latinoamericana, y del
consecuente ascenso de sectores retardatarios y ultraconservadores al poder,
entendemos también que los desafíos actuales se han repotenciado. Sobre todo
porque este nuevo viaje no implica únicamente asumirnos como ejes o soportes de
pluralidad, o de una apertura hacia éticas y estéticas alternativas, que,
debido a su condición germinal o marginal, no solo no tendrían espacio en el
interior de los circuitos hegemónicos, sino que se les ha combatido, reprimido
y condenado en el interior de un espectro en el que la negación solo ha resumido
actitudes performáticas y pasivas, en las que la opción por el NO, se presenta únicamente
como distanciamiento de prácticas de embrutecimiento desplegadas como política de
dominación auspiciada por el mainstream
cultural vigente; sino que la consigna sea asumir la labor activa de ir más
allá de lo estricta y estérilmente intelectual, para impregnarnos así de
estrategias socioculturales y políticas disidentes, que estén relacionadas a
una logística, pese a sus parcialidades, de frente único que reaccione contra
todo lo que se nos presenta como civilizacional y políticamente abominable.
De ahí que, ante una lógica
sociopolítica y cultural de degradación social e individuación sicológica, ya no
sea suficiente solo decir NO; sino que se trata de lograr ―con nuestras
prácticas cotidianas o temporarias―, que cada vez menos personas opten por el SÍ,
y que, desde la negación ante una normalidad que percibimos como enfermiza, podamos
aprender a construir un futuro cada vez más integral y abierto. Y es por ello
que, desde nuestro planificado nomadismo, hemos querido ser un
espacio-plataforma de abordaje crítico, de análisis entorno a visiones
enfrentadas sobre lo urbano, lo cultural y lo subcultural. Desde visiones nuevas
que canalicen elementos que emergen desde las fisuras y extremos metropolitanos,
desde las fronteras de la ciudad amada y detestada al mismo tiempo, desde una
urbe que parece reclamar para sí una integralidad real, un mundo ―como decía
sub-Marcos― en el que quepan muchos mundos, desde aquella noción de apertura
hacia multiplicidades y diferencias no visibles para abrazarlas como propias.
Muchas veces hemos errado y
otras pocas acertado. Pero en nuestro descargo diremos que, pese a que nuestro
objetivo ―visto en el manifiesto-exposición
de motivos―, como un ejercicio crítico, ha sido abordar, desde las referencias
de nuestra especificidad local, como asuntos globales, glocales, o nacionales,
los problemas ligados a los márgenes de esa mundialidad política, económica,
cultural, psicológica, ideológica y antropológica de las sociedades colapsadas
o en tránsito. Dinamizados por el hecho
de querer edificarnos como un espacio de reflexión y trabajo; abrazando, desde
aquella pulsión nómade que quisiéramos termine por caracterizarnos, la idea de
instituirnos como una plataforma que funcione, al menos aspiracionalmente, como
un observatorio de experimentación y terreno de experiencias, pero de efectos
colaterales en otros campos como el activismo, el artivismo y la confrontación
social. En ese sentido, como lo hemos escrito en nuestro manifiesto-exposición
de motivos:
“Laberintos
Suburbanos: Espacio de crítica, arte, activismo y accionismo, de encuentro y
debate en torno a manifestaciones culturales y materias artísticas marginales,
minoritarias, transgresoras, subterráneas e intersticiales; en el que la ciudad
es abordada desde sus fisuras, desde sus suburbios, desde sus fronteras y
extremos metropolitanos. A partir de una poética de lo banal, de lo marginal,
de lo trivial, de lo críptico, de lo fragmentario y lo contaminado. Más allá de
esto, Laberintos Suburbanos obedece a una lógica incidental, insurrecta,
errática y caprichosa, en la que circulan materias nómades, subalternas,
aleatorias, subterráneas, inestables, proteicas y marginales, como un
observatorio de experimentación y fábrica de experiencias, pero instalado en
los límites, en los intersticios y márgenes metropolitanos, a la manera de un
celador, como un cazador al acecho u observador oculto que mira alucinado la
ciudad para…” (LabSub 2015)
Y es en este espectro en el
que la mirada alcanza un rol fundamental y constituyente, pues nuestras visiones
sobre lo real-social, pero también las suyas sobre lo virtual-emocional,
terminan por plantear un tema que resulta aún bastante difícil, pues entendemos
que los fines relacionados a la asunción de una estética del NO, asociados a un
nomanismo no solo geográfico sino también óntico, permiten, como mecanismo de
búsqueda aspiracional de todo lo encubierto o negado, que nuestros ejes funcionen
como un espacio u observatorio de experimentación y fábricas de experiencias minoritarias,
marginales y múltiples, pero de efectos colaterales en otros campos de la vida,
un plataforma u observatorio que tiene como eje de aglutinación a todo lo
historiable y/o clasificable, pero abordados desde una noción deconstructora, que
asume su debilidad derridariana por los márgenes.
De ahí que, en el interior
de esta noción de “Aniversario y balance”, queríamos parafrasear a José Carlos
Mariátegui, y tomar nuevamente el título del texto que él escribiera al
“celebrar” el segundo aniversario de la emblemática revista Amauta. Y decir también que no se pueden
entender la historia en otros términos que en el de la duración, y que “No vale
el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante,
continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta,
indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea
germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de
movimiento” (Mariátegui 1928). Además de decir que nos esperan largas jornadas
de resistencia y participación urbana para evitar que la podredumbre y el
horror del pasado vuelva e intente arrebatarnos
nuestra casa, nuestra ciudad y nuestra patria, además del futuro de los que
todavía pueden soñar y creen que se puede refrendar la idea o posibilidad de
edificar, de construir algo totalmente nuevo con lo poco que aún nos queda.
Finalmente, no nos gustan
las cosas tal y como están. Por eso, siempre diremos que nos manifestamos y estamos en
contra.
Fernando Cassamar
Laberintos Suburbanos (2019)
Espacio-plataforma
de abordaje crítico, desde las fisuras, fronteras y extremos metropolitanos
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