Malditismo o la construcción de una identidad fallida

 Miguel Blásica

Entre los puntos que destacan, como inquietudes personales a resolver para continuar el camino, y que eran tópicos de reflexión en la contemporaneidad, está la resolución del poeta como creador en el presente, el sentido que guardaba seguir algo quizá ya absolutamente inútil que, como decía Wilde, lo único que justificaría su existencia sería poder amarlo profunda y ciegamente, lo otro se daba en relación con la estética, fondo y forma, cuando el fondo es la forma y viceversa; en tanto, otro punto que me interesaba también analizar, y que le da enfoque a este texto, era la desmitificación del poeta maldito, aquel armatoste que sostuvo durante un siglo la figura del poeta ebrio y que trasunta en realidad siglos de acondicionamiento cultural. Pues considero que aquel mito, que toca también una versión del héroe, ha desaparecido para dejar paso a la figura del execrador, desde otras lindes de lo maldito, el mercenario, el traficante de órganos, el embriagador ruin que justifica la destrucción de lo vital desde una vitalidad tanática, como paradoja, cuya cara visible subyace, desde lo latinoamericano, en la glorificación del narcotraficante.

La maldita vecindad

Es pertinente la mención y cuestionamiento del malditismo en la poesía pues fue un mito que se apoyó en la visión idealista del aedo, en su comportamiento y estado de ánimo. Por ello, resulta importante destacar que esta visión es ya un referente que no tiene la relevancia de antaño. Maudite fue un referente que nos llegó, como sucedáneos de la cultura francesa, dependientes de formas y figuras provenientes de esta raigambre sostenida en tópicos de modismos, desde el colonialismo español, sin capacidad ni autonomía creativa propia. Tuvo preeminencia entre escritores, periodistas y medios culturales en los siglos XIX y XX en Latinoamérica.

Nacido del idealismo romántico, bebió también en los abrevaderos de la imagen del insurrecto revolucionario en la búsqueda de justicia social, el bandolerismo, la vida azarosa que no se detiene, los amores fortuitos y volcánicos, todo ello bajo un melodrama de pasquín que fue revistiendo al personaje. Espronceda y el Che Guevara fundiéndose en aquel arquetipo quijotesco afín al héroe de gesta que cavila entre la pluma y el revólver. Chocano es uno de sus representantes locales, presto al duelo y al arrebato, al igual que la figura más idílica y victimizable de un Heraud, ambos muertos en la reyerta y en territorios lejanos a sus puntos de origen.

Pero separemos al poeta habitante del vaho de los opiáceos de estos últimos mencionados, pues la imagen del poeta maldito surge entre buhardillas de la boheme parisiense y no directamente desde las causas justas o injustas, según se vean los procederes, que otros vates enarbolaron entre fusiles y barricadas.

Fue Paul Verlaine quien le dio aliciente inicial, publica Les poetes maudits, libro de ensayos en 1884, y luego en una versión aumentada y definitiva en 1888. En ella coloca comentarios y reseñas sobre la obra de seis poetas entre los que se encontraban Rimbaud y Mallarme. En plena era del decadentismo y su aplicación simbólica, Verlaine daría la pauta para la categorización en la modernidad del malditismo, de la que después daría fama, en determinados momentos y contextos de la poesía que luego devendría incluso a figuras de otras artes. Las posteriores vanguardias con su irreverencia y extravagancias erigirían representantes que calzaban con la etiqueta. En el surrealismo se tiene la figura predominante de malditismo en el poeta, actor y teórico del teatro Antonin Artaud desde lo profuso y críptico de sus versos, así como su apelación a un teatro sagrado y liminal.

Esta especie de publicidad antiheroica cuya difusión va paralela al lanzamiento de los poemarios, afiata el sentido de espectacularidad que en la segunda mitad del siglo XIX el periodismo industrial proyectaría como leyendas dirigidas al escarnio de las instituciones tutelares y sus manuales de buenas costumbres y recato. Estamos en las décadas finales de ese siglo, no podemos señalar que poetas como Nerval, Lautremont, y el mismo Verlaine puedan ser considerados como simples advenedizos. La creación en estos autores alcanza cimas y tendría notoria influencia en la lengua castellana, sobre todo en la latinoamericana y en los Estados Unidos, con Whitman, Poe o Pound.

"Coin de table" (1872), de Henri Fantin-Latour Óleo sobre lienzo Musée d’Orsay, de izquierda a derecha sentados: Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Léon Valade, Ernest d’Hervilly, Camille Pelletan; de izquierda a derecha, de pie: Elzéar Bonnier, Émile Blémont, y Jean Aicard.

La mencionada publicación de Verlaine incide en aquellos aspectos que el melodrama y el escandalo social abre con el Romanticismo, En Inglaterra de las primeras décadas del siglo XIX, la comidilla de chismes, en que Byron convertía cada uno de sus caprichos y amoríos, hizo su parte para modelar la figura, pero los franceses le dieron ese vuelco donde la melancolía vuelve sus ojos a lo macabro, a lo pútrido y a la desesperanza como presagio de hundimiento y dandismo quizás por los hechos devastadores de la Comuna de París en 1871. Víctor Hugo fue uno de sus artífices, pero desde la prosa.

Bajo esa mirada se complementa la subversión en la obra como forma y mensaje: Obscenidad y subversión filosófica, de ello goza fama, para dar un ejemplo de transgresión directa y perversión, el Marqués de Sade, debidamente sepultado y rescatado posteriormente por los surrealistas franceses y que no se presta al moldeamiento. Definitivamente, si nos cuestionamos en la condición real de maldito, está la noción del mal como ruptura de la condición establecida, conservadora. Según Bataille, la sustancia radica en la transgresión y la exacerbación de los sentidos que lleva a la iluminación: ello como una forma de ascesis. Es por ello que la relación del malditismo se da con el poder y el poder conlleva la acción decidida a establecer el molde de acuerdo a determinados intereses.

Ódiame por piedad

¿Cómo se considera al malditismo en la poesía latinoamericana? ¿Qué debe hacer el poeta para convertirse en maldito? Los vapores del opio y el láudano, la estancia en burdeles como templos de libertinaje y la compañía sexual de hetairas como vestales o musas, la sífilis como dolencia galante, todo aquello representa la imagen que el mito alimenta de forma gráfica, la estampa que cala y que explica de algún modo el deseo de zafarse de las cortapisas de la moral. Es muy probable que no guarde semejanza con el original francés impregnado del spleen de París y del decadentismo posterior a los hechos históricos de la Comuna cuya desesperanza de justicia social y dolor se dejó ver en las plumas de Baudelaire, Mallarmé y Rimbaud, la cuestión es precisar el constructo mítico, el esquema arquetípico que en ello subyace. Ubiquemos el malditismo en el contexto de su devenir para luego acercarnos a la contemporaneidad.

Es un hecho que han existido elementos destacables cuyos trabajos y procesos sobresale del montón y más allá han sido piedra angular de innovaciones y riqueza compositiva. El Modernismo con el nicaragüense Darío, el ultraísmo de un inclasificable e inmenso Borges, el Neo Barroco de Lezama Lima, la Poesía Concreta brasileña, la fuerza oscura y vital del poeta boliviano Jaime Saenz, los chilenos Huidobro, Martínez después Zurita trabajando con el concepto, la cotidianeidad absurda del argentino Roberto Arlt, la estela rutilante de peruanos como Adán y Moro y el siempre inveterado Vallejo, o el Infrarrealismo en ese impulso creativo contemporáneo que fue del también chileno Roberto Bolaño, quizá el último hito importante en su producción con presencia ya en la posmodernidad.

Todos ellos han devenido en una impronta cultural relevante, en esta parte del mundo, pero aun si el pedido es un atrevimiento, quedémonos con la parte truculenta que nos concierne en este capítulo sobre el malditismo. Evidentemente no todos han surcado por estas aguas, atisbemos no tanto desde el lado de los creadores sino de la recepción pública y la clasificación que solía “justificar” la noción del malditismo.

Se ha vendido la idea de que el artista transgresor, que plantea una supuesta forma nueva en el lenguaje, que en algunos casos hace gala de vías poco convencionales, quien o quienes evidencian los vasos comunicantes de  las relaciones de poder, transgreden las fronteras de la moral, connotan la hipocresía que envuelve a las instituciones a través de su creación, se torna una especie de ser extraño o asocial,  se ha pretendido encontrar la razón de su obra en sucedáneos espirituosos como drogas y alcohol, desequilibrios mentales en sucesos particulares de su vida, tragedias o precariedad en sus existencias.

Es muy probable que mucho de ello haya ocurrido, como pueden ocurrir situaciones extrañísimas a quienes no tienen absolutamente nada que ver en aspectos de creatividad artística, pero en materia de connotación social, aquello tiende a pasar por el lente sobredimensionado de narrativas particulares, por esa lupa de aumento que son los medios de difusión que edulcoran los sucesos o bien husmean en búsqueda de razones, decepciones amorosas, sometimiento y vejaciones en la infancia, propensión a desequilibrios nerviosos por patologías hereditarias, homosexualidad oculta, poco interesa la realidad de las cosas. Tampoco al sujeto cuestionado le suele interesar confesar a los cuatro vientos la verdad o saber que se cuece a sus espaldas.

Es la truculencia, el morbo y la supuesta explicación que justifique la extrañeza del planteamiento del artista aspectos que a la sociedad del escándalo le interesa explotar. Es la necesidad de encontrar una razón, un justificativo que calme la angustia por la causa de los acontecimientos y si la obra es reconocida como un portento visionario, la inquietud por la leyenda suele manifestarse con mayor dramaticidad. Son legión las manifestaciones que asimilan estas categorizaciones patológicas en creadores e investigadores. ¿Son los mismos artistas quienes fabrican y distribuyen estas apreciaciones?

En el camino de intervención del creador buscando que la obra o la producción en años tenga relevancia, este se ve impelido, guiado por personajes allegados a él que hicieron posible que la obra vea la luz, intentando recoger luego su parte redituable, a calcular primero en la forma de colocación que esta debe tener en los espacios correspondientes que, a través de ir estructurando discursos, se vuelcan a espacios de exhibición y difusión, permitiéndole así encontrar cabida en círculos académicos que a merced de políticas y coordenadas categoricen la necesidad de colocarle en vitrinas mayores. Sucede con la obra artística, como en planteamientos de corrientes de pensamiento, sea en el campo de investigación social, científica o artística.

De hecho, ha existido casos que bordeaban la simple especulación, en lo literario, plástico y poético (aunque no puede dejarse de lado el ámbito musical) donde se connota la presencia del artista maldito. En el tema de la valorización de la obra destaca las pugnas entre modernistas y contemporáneos; existe aquí un referente que debe mencionarse, el modernismo resalta el aspecto del individuo creador, la subjetividad personal, la idea del “genio” relacionado con la locura como tópico complementario y explicativo; ello está enraizada en los otrora modernistas; puede verse así que figuras descollantes como Dostoyevski o Kafka, son categorizados casi como esquizofrénicos, pero ¿si la verdad está del lado de estas aseveraciones, ello crea una particularidad tal en el lector que realiza su parte previa información preliminar de un esquema que le permita “comprender” la obra?

La denominción «Poetas malditos» proviene del icónico ensayo de Paul Verlaine, Les poètes maudits, en el que este planteaba, desde el estudio de seis poetas franceses, la imagen arquetípica que caracterizará luego al autor «maldito».

Una de esas versiones prototípicas, careta propiamente dicha y que pese al derrumbe de todo resquicio de romanticismo aún se sigue vendiendo entre la cofradía del afrancesamiento perenne, en la que suelen recalar los medios académicos y editoriales (cuando se trata de semblanza u obra literaria), es la del poeta borracho y coprolálico cuyo destino existencial es terminar frío y meado en una callejuela inmunda apenas iluminado por luz mortecina. Casi a la manera y modo de un Poe o Bukowski.

Sobre todo, si el vate proviene del estrato social donde su talento, o mejor dicho obligada genialidad, ha surgido de nadie sabe dónde, ya que todo aspecto biográfico parecía indicar que era imposible que sobresaliese del fango y orilla de las ciénagas. No le viene nada mal, en lo absoluto, una historia tremebunda que justificase que la divina luz brillase de lo más insospechado. Las sagas de los poetas malditos encuentran debida justificación a una obra que a luces puede verse más que destacable. Quiero detenerme en este punto de la justificación ya que resulta la piedra de toque de la transacción donde se hace efectiva la compraventa del poeta maldito.

Lo cierto, es que el artista busca que su obra trascienda y en ello, en vida, muchos optaron por hacerse de la vista gorda cuando se construyeron historias nefandas con respecto a sus trayectorias y procedencias, cuando se posan en ellos un par de reflectores (para decirlo de manera coloquial) o una crítica especializada. En otros se fuerzan versiones antojadizas en las difíciles circunstancias políticas en las que tuvieron que crear, o en el mayor de los casos se miente descaradamente con relación al rol que le tocó en difícil coyuntura, exiliados buscando fama. Ha habido casos donde el poeta se la pasó escondido mientras que en el cielo se despejara la tormenta, y se afana por algún medio que le preste plataforma, en resumidas cuentas, ya lo dijimos, no soportamos la verdad sino la mitificación, aún a costa de la más flagrante mentira.

Los mecanismos del poder en medios académicos se miden por el acceso a la maquinaria que permita la internacionalización y colocación en el mercado de determinada corriente filosófica o sociológica. Depende de cómo cuantifique una obra en impulsar determinado pensamiento en pos de hegemonizar discursos que tiendan hacia un fin representativo, en esa amalgama de discursos se va estructurando, se va construyendo la plataforma deseada, se articulan propósitos, se reclutan a intelectuales, se sesga y pulen los objetivos. ¿Significa ello que se antepone el valor mismo de la obra de arte a estos fines?

No necesariamente, muchos creen que ello sostendrá la materialidad de su trabajo. Picasso fue fiel a una postura personal con la cual mantenía su afiliación al Partido Comunista francés, sabía perfectamente que debía corresponder a la plataforma que sostenía la catapulta, al valor de su obra más allá de la certeza absoluta de ser un auténtico creador. Pollock fue parte de instituciones académicas que designaron al expresionismo abstracto como el referente de avanzada plástica en los Estados Unidos antes del estallido del Pop Art en los 60.

Picasso era extraño e inaprensible muchas veces, pero ello se refería más a la categorización de sus cambiantes estilos y tendencias desde la escultura, pintura o grabados; Pollock si podría acercarse a esa determinación si auscultamos en su dosaje etílico a su prescripción de calmantes u otras sustancias además de su muerte que abona a su clasificación.

La envoltura del producto

¿Qué es lo que cataloga de maldito al poeta más allá de la leyenda barata?

Debemos reconducir el objetivo del presente escrito que no va directamente a la validación de la obra artística por determinada corriente, sino al señalamiento del malditismo. Más allá de los escándalos correspondientes a su figura licenciosa, inmoral, procaz y antisocial, el poeta maldito lo fue por las características peculiares de su obra, la más de las veces iconoclasta, extraña, absurda, incomprensible y fuera de los cánones estéticos establecidos. Estos han sido tiempos bajo la influencia de las vanguardias donde su irradiación e influencia podía llegar a ser peligrosa en un occidente impregnado de guerras post imperialistas, luego en el contexto de la Guerra Fría con el asedio ideológico de los países socialistas. La imagen mitológica del poeta ebrio ondeando banderas de libertad y la utopía calaba con su canto forzosamente ligado a lo elegíaco. En la segunda mitad del siglo pasado el crecimiento de la clase media y la presencia de la televisión posibilitaron que la juventud tuviese mayor participación y voz. Es así que el jazz en los ambientes existencialistas de los 50, los poetas del movimiento beatnik, luego el rock y la música popular o folklore urbano fueron canales de expresión y de cambios sociales en la forma de pensar y actuar en las décadas de los 60 y 70 fueron parte del moldeo.

En los beatniks podríamos encontrar ese puente que une a las vanguardias y su tradición ligada a los comienzos del siglo XX, a la época fundamental en su convergencia hacia el presente en cuanto a poesía y música popular, como manifiesto y actitud frente a la sociedad. Circunstancias históricas como Mayo 68 así lo aseveran. Pero puntualicemos parte de su esencia en la actualización de la figura del poeta maldito que tan bien caracterizó, para las cámaras, el poeta Allen Ginsberg, y, a su modo, excéntrico pero introspectivo, Jack Kerouac, dejando de lado esa pluma muy particular, pero de gran referencia creativa como fue William Burroughs. Qué decir de la anécdota del encuentro en Lima entre Ginsberg y Martín Adán a comienzos de los 60 donde se cuenta que el primero recaló por estas costas en búsqueda de alucinógenos, mientras Javier Heraud era destrozado por balas en la selva peruana.

Las décadas posteriores, con su consiguiente industrialización y el negocio de inversión en boyantes clases medias estandarizaron y empaquetaron las propuestas que se vieron absorbidas de lo esencial de su mensaje subversor.

Hacia adelante y con los cambios sociales a fines de la década del 80, con el derrumbe del socialismo como eje ideológico y en las comunicaciones por las nuevas tecnologías, las propuestas artísticas perdieron en mucho la fuerza de su intencionalidad, ese declive sucede en distintos ámbitos, la creatividad se ve mermada, el mayor acceso a recrear de manera propia mediante aplicativos tecnológico virtuales, softwares en el campo musical que suple el aprendizaje obligado de la ejecución de instrumentos y aprendizaje de notación básica melódica. En la literatura la composición y diseño, así como las mayores facilidades de impresión y la multiplicación de editoriales, hacen que sea masiva la publicación a mansalva, todo ello en una época donde el culto a la “diversidad” y a las inteligencias múltiples, así como a la discapacidad, es comprendida como producto “inclusivo”. El resultado es un empobrecimiento irreversible de propuestas y de desarrollos de procesos artísticos. El acceso a los mercados de toneladas industriales de basura y plástico es la consecuencia de la denominada posmodernidad. La irrelevancia y los simulacros como señalaba Jen Baudrillard en su libro “Cultura y simulacro”

Figuras, figuritas y figuración

A continuación, pondré en evidencia algunos casos en los que el malditismo se trueca tanto en la figura revolucionaria como en la del intelectual, cuya dramática vida se trunca por los hados del destino falaz, con quizás figuras señeras de esa suerte indirecta de poesía maldita no etílica, que cumple la mayor condición de todas las que engloba: vida y obra consecuentes e imbricadas.

Heraud

Lo de Javier Heraud es digno de destacarse. No cabe duda que es la figura por excelencia del poeta que murió por sus ideales en Perú del siglo XX, ideales de los que estuvo impregnada más de una generación, y, como habíamos mencionado, tuvo al movimiento indigenista como un gran aliciente cultural, a la par de los hechos políticos que enmarcaron al Perú y América Latina en sus primeras décadas.

Poeta con visión y talento que lo llevo a ganar premios, uno de ellos al Poeta joven que compartió con César Calvo. Uno podría indagar las razones que le impulsaron verdaderamente, teniendo en cuenta la miseria y la ruindad social de un país del cual Manuel Scorza se preguntaba “¿Hasta cuándo la patria será el muro donde orinan los gendarmes?”; cierto es que la sensibilidad de Heraud se enervó, pero también los hechos fortuitos, contactos, amistades y el ambiente inmediatamente posterior al triunfo de la Revolución Cubana en 1959. El hecho de su procedencia social que se empapa de las vicisitudes populares en la Universidad de San Marcos a donde ingresa a estudiar Derecho. Es consciente de la miseria de gran parte de la población; era una época febril cuyos hechos le son consustanciales.

Javier Heraud (1942-1963)

La elevación al parnaso local de figuras epónimas como la de Heraud, me hace pensar en otra figura que en los últimos años intento el palanqueo de su fama, gozó de su amistad en su juventud ya que también era poeta pero que al pasar de los años se convertiría en antagonista de su memoria, ya que quiso traer abajo la construcción mítica del poeta inmolado, esa aureola más cercana a lo santo que al malditismo (sin embargo ambas son harina del mismo costal pero con astillas disímiles obvias) y que se convirtió, para gran parte de los seguidores del héroe, en una especie de monstruo que se roía las entrañas, me refiero al poeta Rodolfo Hinostroza quien en el 2012, denostó y puso, según él, las reales causas de la tragedia del poeta guerrillero en su condición colegial de hazmerreir, objeto de burla. Aseveró Hinostroza que el supuesto sacrificio de Heraud se debió a su inseguridad de imberbe adolescente.

Considero que es justo la combinación de esos elementos, en la polémica que planteó Hinostroza, donde la leyenda germina, la denostación, la ruindad, el desprendimiento, la nobleza, el cretinismo, la traición; es de ese coctel de donde surge la mitificación, o se afianza o se diluye, tomando en cuenta que esos comentarios se hayan dado ya a casi 60 años de los sucesos, al igual que las circunstancias que ambientaron los hechos que causaron la muerte del vate guerrillero, son también circunstancias donde la previsible demolición del mito se “justifica”, y tomando en cuenta que las razones aparentemente reales que justificaron la inmolación del héroe pertenecen ya a otro contexto, es  probable que eso haya envalentonado a Hinostroza.

En el caso de Heraud, qué duda cabe, su obra crece por el talento y la vis creativa de su poética, pero, no se puede negar, se inmiscuye el destino factico de su vida.

Por tanto, juega aquí un rol preponderante la mitificación del poeta, lo digo una vez más, no voy a la calidad creativa del probable “maldito” sino al sambenito y quiérase o no, esa es la savia vital desde donde se eleva el legado y la convicción en América Latina del opus poético. La sangría y la bilis purulenta de Hinostroza no hace más que darle alas y buen viento al fuego que pretendió apagar, y su testimonio aportó a darle continuidad al mito a través del tiempo.

¿O quizás apele a derrumbarle en un futuro? mientras que la obra de Hinostroza, a merced de lo que se comprende como difamación (a pesar de que pueda haber existido una cuenta de verdad en ellas, pero que a efectos del mito es conveniente soslayar) queda desestimada. No es la “verdad” como tal lo importante sino el contexto donde esa “verdad” se asienta lo que le da relevancia “real”. Hinostroza tuvo que haber medido esto, sin embargo, no lo hizo.

Tamaña estupidez termina sepultando el impacto de su propia obra.

Aquello me hace recordar la anécdota de Gerhard Hauptmann, eminente poeta alemán, recopilador de la gran literatura popular germana, quien transó en la década del 30 con el nazismo, solo para ser recibido menos de diez minutos en el despacho de Adolph Hitler. Hauptmann destruyó en unos cuantos minutos la obra de toda una vida.

Para un creador el olvido en el mito es el peor de los castigos.

Bolaño

Como me dijo Saint-Just en un sueño que tuve hace
tiempo: Hasta las cabezas de los aristócratas nos pueden
servir de armas.

Manifiesto Infrarrealista

¿Puede hablarse de malditismo en una época en la que la rebeldía ha sido domeñada y donde las tendencias de comportamiento han asimilado y domesticado la impulsividad al arrojo del consumo y a los antojos súper individualistas que marcan la pauta? En este terreno el cliché del poeta maldito se deshace en sorna y sarcasmo. A lo mucho una figura como la del poeta chileno Roberto Bolaño podría calificar como tal, no solo desde el desborde imaginativo y la riqueza y fluidez de su obra, sino también por la gesta colectiva (por ende generacional) de su movimiento Infrarrealista surgido en México  a mediados de los setenta; quizás uno de los últimos colectivos que llegó a plasmar (a usanza de los surrealistas y con manifiesto included) un ideario, que en su caso fue una especie de anti manifiesto que signaba, señalaba con espíritu lúdico, una especie de canon de comportamiento creativo que rompía con esquemas que a su vez habían quebrado esquemas de otros esquemas de la posmodernidad.

La sátira, el humor y el absurdo están presentes en la obra de Bolaño, pero también el quiebre, la pérdida de eje entre quien escribe y lo que se escribe, como guiones de un cine irrealizable, poemas collage pero a su vez heredero por trozos de las vanguardias. El intento de erudición a lo Borges recoge el talante, pero reconoce la parodia. Bolaño escribe con la televisión prendida y se hace eco de la influencia de la contracultura.

Roberto Bolaño (1953-2003)

En el molde posmoderno del malditismo literario do XX e inicios del presente en Latino América, la figura de Roberto Bolaño encaja y puede leerse en ese ensamble, la tónica que ha ido de la figura de claro dramatismo relacionado cone fines del sigl la connotación sexual, enmarcando referentes en la liberación coital que nos llegaba del mundo sajón, a la impronta que tuvo por ejemplo el mito del Che Guevara.  Por lo que vemos otra vez que la tónica de la rebeldía, relacionada con el social realismo, es el trazo forte, es lo que le da forma al mito latinoamericano.

 A diferencia de la debacle moral que dio pábulo a la forja del simbolismo y decadentismo de la poesía en Francia luego de la derrota de la Comuna de París, en la segunda mitad del siglo XIX, en América Latina el entusiasmo movilizador se dio con el triunfo de la revolución cubana en 1959, pero aquella gesta, era parte de una serie de cambios que ocurrieron en ese período. La poesía y sus representantes no escribían bajo la influencia autodestructiva del alcohol y drogas sino bajo la creencia en el sueño de una verdadera transformación social para las masas oprimidas desde hace 500 años, primero bajo la tutela de la corona española y luego bajo la sombra del imperialismo sajón.

Luego de ver el cariz que tomó la figura de Roberto Bolaño estas últimas décadas, podemos acercarnos a apreciar como calza una idea cercana a la del malditismo artístico en la actualidad, tanto la imagen de Rimbaud como la de Jim Morrison no despiertan las expectativas de antaño, son más cercanos Homero Simpson, Ronald Mac Donald (de quien Steven Kurtz se refiere en su demoledor artículo The Cultural Resistence, como ejemplo del cuerpo sin órganos de la posmodernidad) o el rostro de Don Ramón sobre el molde del chef Guevara,( como le denominaba Naomi Klein en el ya lejano 2000 en su libro No Logo). Lejano, cual una figura romántica del mismo material de polietileno con el que se fabricaban las muñecas Barbie, es muy probable que se almacenen lotes de estas figuras y sean material creativo de fondo, es el derrotero habitual de la fauna de mitología trade mark, el detritus, pero no precisamente en los espacios moldes donde se cocían antaño Michael Jackson o Syd Vicius. Se trata de espacios de elite intelectual y ello tiene su propia dinámica parnasiana.

Entonces Bolaño trabajó con estos materiales y su poética fue menos teórica que la de David Foster Wallace, por dar un ejemplo de libertad de prosa y referencias temáticas del mundo y las tele comunicaciones, radica allí su entelequia, su condición de artista muerto en la flor de la vida y su irreverencia creativa que no pretende ya calzar con ninguna lógica aristotélica; la prosa de Bolaño es deconstructiva en un tiempo donde la descomposición, la fractura y la indeterminación son características de un tiempo inasible donde la hiperrealidad apela al hipertexto y al hipervínculo, en ese sentido la vieja figura del malditismo queda en desuso y su obsolescencia radica en la muerte del héroe y del coro. La epopeya es comedia, la tragedia es melodrama en el reallity cotidiano, habla del exilio permanente del poeta y del vacío en la megápolis.

Es quizás, y para salvar las distancias y no ocasionar patatús a los cargadores de la sagrada cofradía borgiana (que aún se mantiene a duras penas) lo que une al Tiresias argentino con el chileno inclasificable, es lo que va del ultraísmo al infrarrealismo. Claro está que habría que precisar al Borges joven de ruptura y cierto aire de vanguardia y al Bolaño también joven cuya pluma afiataba precisiones de formas libres de creación poética y exaltaba al desorden que ordena la creación y el derrumbe de los monstruos sagrados que adquirían forma en la literatura oficial con el rimbombante epíteto de Boom.

Bolaño es pues ese puente que va del malditismo con formas de compromiso social tan elocuentemente latinoamericano a esa figura donde la nada termina irreversiblemente posándose en los albores de lo que ahora vivimos, en relación a la proliferación de redes que degluten todo principio y norma, en una especie de relativización y pone en situación frágil los referentes de memoria. Bolaño sabía bien sobre ello, es por lo que su calzatura de poeta visceral, emergente y contestatario recalará hacia el novelista que asume en su ironía tópicos de amalgama donde los referentes truncos, los párrafos que se cortan y el juego de la indeterminación son las armas de su forma, una forma de trasladar esa visión fractálica que toma de sus proyectos poéticos iniciales con el movimiento infrarrealista. Con ello construye un trabajo notable y portentoso, así como simultáneamente derriba esa imagen que para efectos de este escrito conllevaba aires del malditismo iconoclasta mostrándonos así la huella de su debacle.

Kahlo

La otra figura importante y de ribetes internacionales sería la de la pintora mexicana Frida Kahlo. Su obra ligada al surrealismo, (aunque ella negó esta relación declarando que su arte no tenía que ver con la nocturnidad y los sueños sino con su vida en crudo), se alimentó con detalles de la cultura de su país. Kahlo, de talante tanático contradictoriamente festivo que fue tomando forma a fines del siglo XIX con las imágenes de las célebres calaveras festivas de José Guadalupe Posada y que se afirmó luego de la Revolución Mexicana de 1910 donde los hechos del levantamiento campesino fueron configurando una identidad nacional mestiza con elementos indígenas como consecuencia de la revolución.

Frida Kahlo gozó de reconocimiento y aunque a la sombra de la fama del muralista Diego Rivera, su esposo, se destacaba en ella su visión personal donde la soledad, la convivencia con el dolor y los avatares de sus dolencias, intervenciones quirúrgicas, pero también la intensa vida social, artística y política con personajes de su tiempo, le daría un correlato de vida y obra, que en este escrito es preciso señalar. A pesar de su femineidad y la fragilidad de su postración, Kahlo se envuelve en una figura particular; su vestimenta colorida y con rasgos de la cultura popular mexicana y la firmeza y hieratismo de sus gestos y pose le dan ribetes masculinos con los que ella juega en relación al ambiente de bohemia, compromiso político y énfasis en la estética.

Frida Kahlo (1907 – 1954)

Kahlo fue una figura pilar en el afianzamiento de ideologías de lucha feminista y de derechos de homosexuales, fue rescatada hacia esa esquina en la década de los 80 por colectivos e intelectuales movilizadores, en ese sentido, la apropiación política de referentes que impulsen a través de lo simbólico ideales hacia la movilización, cumple su cometido. Kahlo conllevaba en su vida y obra el suficiente nervio como para ser tomada como un referente icónico, ella y Diego Rivera lo sabían, es así que siendo miembros del partido Comunista se acercaban a esas estrategias, su vida no podía haber sido más novelesca en ese sentido, a ello le empujaron los referentes de un destino que dudo haya sido teatralmente preparado. Afectada por una poliomielitis de infancia, sufre un terrible accidente que le parte la columna vertebral así como una de sus piernas, debe practicar deportes rudos como boxeo para mantener su cuerpo en movimiento; casada posteriormente con el también pintor Diego Rivera, muralista famoso quien le ponía los cuernos e hizo su parte para hacer de la vida de Frida una ranchera dolorosa, para mayor añadidura, como señalé, ambos eran comunistas y agitadores frecuentes de manifestaciones obreras, a las que apoyaron decididamente.

Frida Kahlo es un referente claro de quien reúne los requisitos para ser ensalzado bajo el manto de la mitificación. En primer lugar, como símbolo de exportación referente de ideales de lucha contra los poderes; pero no es eso precisamente lo que la industria de las organizaciones americanas que monitorean las banderas LGTBIQ muestran, su derrotero dentro de la agitación y el trabajo político afín al trotskismo, evidentemente no interesa ser reivindicado. El justiprecio de lo que se oculta también alimenta la intervención de su encumbramiento como mito gay, las galerías de arte, revistas, críticos y demás laya son sensibles a este tipo de magnetismo, es bajo esta tendencia que crece la valuación de su creación. He allí que podemos rastrear que condiciona la demanda de determinada obra de arte en sociedades hegemónicas del pensamiento y en sus respectivos satélites; es así como se fabrica un referente cultural.

En ello es dable analizar también que el hechizo de determinadas posturas de pensamiento y crítica se relacionan con el exotismo y el estereotipo que exuda la semblanza del latinoamericano rebelde, con cierto aroma a café que llueve en el campo, con aroma a chocolate y guacamole algo picoso. Ello le brinda una configuración pintoresca y localista en tono nacionalista mexicano, para ser más precisos, con relación a su valuación en galerías de arte de mercados exigentes, que, desde la óptica de la institucionalidad progresista norteamericana, es tomada en cuenta; algo de lo que evidentemente carecían figuras como Emiliano Zapata o Pancho Villa. Es por ello que la imagen contradictoria de Frida Kahlo se opone a ese México de bigotazos, sombrero ancho y fusil en bandolera donde la Adelita carga los trastes y arrastra a los hijos mugrientos.

Aquel idealismo utópico donde el Che no tenía ese charm pero que sin embargo fue parte de un constructo cultural se terminó, la utopía en su espera del cumplimiento en la esperanza mesiánica, relacionada al seguimiento de doctrina e ideología, se derrumba. Es lo paradójico en la construcción mítica, en el caso de Frida Kahlo es su figura, la imagen individual, el logotipo lo que se relaciona a causas que no necesariamente ella enarboló. Responde a tiempos donde las reivindicaciones no pasan necesariamente por el cambio de las estructuras, sino el afianzamiento de la cultura del mercado, ese que hace posible se haga uso de la libertad que propicia valores de uso y de cambio, y donde queda evidente que esas reivindicaciones aseguren la inclusividad – exclusividad de tod@s y todes, donde el malditismo de referentes simbólicos como los de Frida Kahlo sean moneda de cambio.

Vallejo

La figura del poeta embriagado, proclive al ajenjo o a los efluvios del opio y del hachís así como de la compañía de coquettes y burdeles, pero cuya noción de ruptura de ideas marcó un paso en sentido de vanguardia tuvo en el Perú de inicios del siglo XX a una generación como la del grupo literario Colónida formado entre 1915 y 1916, fascinada por las leyendas procedentes del mágico oriente traducidas del francés, pero que oteaba los nuevos vientos que traía el naciente siglo XX. Del legado del simbolismo al decadentismo, se trataba del paso hacia el modernismo que había abierto Rubén Darío con su poemario “Azul”, desde José María Eguren, José Santos Chocano en la poesía pasando por la prosa en Abraham Valdelomar, de allí al pensamiento social de José Carlos Mariátegui para luego recalar en un joven César Vallejo.

Se vislumbra también ese tránsito del anarquismo hacia el compromiso socialista merced al pensamiento marxista, pero eso será configurando unos años después. Primero recordemos que un insigne Manuel Gonzales Prada les alentó, hacia la configuración de un ideario de autonomía de liderazgo y libertad que en esa joven generación recalaría en doctrina comunista, pero también en la vertiente que llevaría hacia el aprismo. Si tomamos en cuenta que el grupo Norte, que, a raíz del impulso de Colónida, se formó en Trujillo con literatos e intelectuales en 1915, estuvo conformado por el fundador del APRA en el exilio, Víctor Raúl Haya de la Torre, así como Alcides Spelucin, Antenor Orrego y otros; entre ellos el poeta César Abraham Vallejo Mendoza.

César Vallejo (1982- 1938)

Los hechos que ocurrirían en cuanto a asumir posturas de actividad social y política llevarían al poeta a la cárcel entre 1920 y 1921 cuando aún su formación ideológica marxista era incipiente. Su salida intempestiva a Francia y su posterior discrepancia con el aprismo al que tilda de contrarrevolucionaria, así como su profundización en el estudio del marxismo leninismo, su panorama personal sobre el trotskismo en plena efervescencia de dirección de los hechos en la URSS, en suma, su objetivo de trabajo intelectual fue la labor del artista en función de la revolución mundial, enarbolando una obra poética revolucionara como transformación de lenguaje y vanguardia; como militante palpando en su propio sufrimiento material el avance hacia la consecuencia de teoría y práctica.

El caso de Vallejo es, considero, lo más cercano que de la problemática y la complejidad cultural del mestizo e intelectual proveniente de provincia, dueño de un portentoso talento y cuya creación se puede decir resultó un aporte a la creación poética universal, pero cuya trascendencia no recala solo en su logro individual, ello sería desconocer el aporte y dirección que en vida condujo con ahínco y esfuerzo casi sobrehumano sobreponiéndose a adversidades. Menciono esto dejando de lado el sentido irónico al que nos conduce la figuración del mito (sobre lo cual me referiré más adelante). Vallejo como trabajador de la materia fue una realidad concreta y aleccionadora en el sentido de aporte al tránsito no sólo a una sociedad más justa y demás bla bla bla, sino en la práctica de hacer carne, sangre y huesos hacia el socialismo para dirigirse luego al comunismo tomando como base la utopía consecuente.

Vallejo comprendió muy bien esa problemática y lo confrontó dialécticamente, entre su memoria personal de familia con arraigo tradicional mestizo, en su formación cristiana con ese fervor y ternura maternal confrontado a la terrible realidad del poder del capital y su adaptación en plena era del imperialismo mundial. El reconocimiento de que su labor como poeta e intelectual requería con urgencia mirar los mecanismos de la funcionabilidad del capitalismo, le llevaron a reconocer el trasfondo de la evolución de los modos de producción a raíz de su adhesión al pensamiento materialista, lo que le permitió ubicar el basamento de mística y metafísica que se adhería en la creación poética y que requería un procesamiento cientificista y de aplicación concreta y dialéctica sobre la realidad.

En el caso de Vallejo (al igual que Kahlo o Bolaño) no se discute el portento de su obra. El peruano fue por otro rumbo y fue otra su rumba. Hechos concretos y pasos por vías lejanas a los nombrados. La dolorosa y dramática afiliación al Partido Comunista español, su decidida participación junto a un grupo de intelectuales a favor de la república en la Guerra Civil Española pese a sus duras limitaciones económicas y a su salud que se fue resquebrajando cada vez más, su angustia existencial y la fe puesta en esa mezcla abigarrada de materialismo dialéctico al pie del orbe y un sentimiento cristiano de cuño familiar, le abrieron las puertas a una humanidad y a una poética que se entrega a la disección consciente de ese ser humano de su tiempo, complejo, trágico, patético, amenazado por la industrialización del capitalismo y su maquinaria de muerte en ciernes y en presencia de una guerra donde la insurrección popular fue la consecuencia de lo que años atrás preveía en su obra.

Vallejo no pasa por ser la típica figura de pasquín, no pasa por ser un caballero de traje, guantes y sombrero ensopados por la lluvia y el hambre, Vallejo no se presta a la figura de un Baudelaire obnubilado por la belleza en la podredumbre de las flores, es la realidad misma del intelectual provinciano que al huir de Lima por cuestiones políticas va a recalar en París, la meca del arte y fábrica de postales alegóricas. Su supervivencia, su trabajo aun a costa de hambres y deudas, su soledad y sus caminos dieron y son parte de una realidad vivida y que se adhiere a la existencia en esas condiciones de cualquier latinoamericano, pero, probablemente, sin la portentosa creatividad poética del vate peruano.

Pero ¿qué nos dice hoy Vallejo en pleno siglo XXI? ¿es uno más de los mitos que se derrumban ante la realidad de la denominada posverdad? ¿queda solo como una semblanza pintoresca su trasuntar político ante la maquinaria cínica de los partidos de izquierda a partir de la desarticulación ideológica que empezó en 1989? El partido comunista peruano luego de la muerte de su fundador José Carlos Mariátegui, levantó la figura de César Vallejo y la colocó en pancartas y banderas. Vallejo fue con justicia el adalid del artista comprometido con una causa de transformación social.

En ese discurso poco importaba el duro dilema del creador ante la complejidad de poemarios como Trilce o el teatro y guiones de cine que escribió y que no pudo nunca ver materializado en el escenario. Me pregunto qué habría dicho Vallejo sobre el presente, si su visión crítica podía haberse asemejado a las observaciones de su visita a Moscú cuando escribió “Rusia 1931”, Vallejo no fue el caso de Neruda quien se sostuvo de la burocracia partidaria como una plataforma para su obra mientras volteaba la página cuando se le preguntaba por las deportaciones y exilios que ordenaba Stalin o el caso de un Bertolt Brecht avejentado, escribiendo poemas al mismo personaje y leyéndolos en aburridas conferencias del Partido en la Alemania Democrática unos años antes de su muerte. El contexto permitió que el discurso de elevación a los altares se construyera, la parafernalia de la construcción del mito entraba en juego y se trata de reconocer los aspectos que confluyen, las condiciones en las que se comprende el malditismo, siendo uno de sus requerimientos la subversión de la vida y obra del artista y como medimos esa capacidad de subversión, pues los contextos determinan los ascensos y caídas de las banderas, el surgimiento subterráneo de nuevos referentes que toman la posta en tiempos en que la tecnología, la pandemia, la pospandemia abren otros escenarios.

Existe una consecuencia trágica en Vallejo, de algún modo cercana y lejana al mismo tiempo con otro monumento simbólico como lo es José María Arguedas. ¿Qué es lo que determina su figura mítica? ¿Es quizás el Quijote, aquel personaje esperpéntico donde lo maravilloso del porvenir surge como una utopía, una arcadia que se aleja cuanto más se acerca el caballero andante? ¿Es Vallejo un símbolo terrible en la figura trágica del poeta que se inmola? ¿Es Cristo?, ¿es el Quijote? Considero que solo especularíamos si nos quedamos en estas enredaderas del mito, porque los mitos son nebulosas de creencias, pero al final de cuentas palancas de movilización.

Habría que dar el paso que Vallejo dio en la comprensión cabal y profunda de su tiempo, en ese contexto, el pensamiento, la materia y la idea, tal como para Heráclito y Parménides hace más de 2000 años sigue siendo el punto de base. Vallejo iría a ese punto de base para desbrozar la realidad, y muy probablemente al pie de un nuevo orbe, luego de subir la montaña se adheriría y habría que presentarle al señor empresario César Acuña cuya universidad privada, que expide negocios e inversiones en servicios educativos en plena era post-Perú, lleva el nombre de César Vallejo, un poeta que fue comunista por sus cuatro costados y obra, “digo… es un decir” parafraseándolo en lo profundo de su reflexión.

A manera de conclusión

La creación del malditismo como base para justificar la subversión moral del poeta ha sido una constante desde comienzos del siglo XIX, ad hoc a los melodramas y folletines. Hoy que ya eso no asusta a nadie, nos coloca en la pregunta:

¿Existe hoy la convicción del poeta maldito?

De la imagen del malditismo, de hecho, recuperemos lo nuclear; resulta una impronta que requiere catalizar la esencia y el mensaje poético a través de la recurrencia al arquetipo, y esta es la del cantor, el aedo pasa por la consideración del mal cuya procedencia es la desviación luciferina, y la moral bajo autonomía religiosa que es la que determina los cánones, lo desprecia y expulsa. Por ello vuelvo a la figura del romanticismo, la soledad de los bosques extraviados y hago eco de lo que decía Bataille, donde la raíz etimológica del mal adquiere una radiación especial, sustancial: “En realidad, la literatura, unida desde el romanticismo a la decadencia de la religión está menos cerca del contenido de la religión que del contenido del misticismo”. A este misticismo, que es el encuentro íntimo y solitario, se debe el poeta, pero en el maldito se vuelve elegía demoníaca. Es así como se comprende esta cercanía del mal en la poesía Bataille, y nos ayuda a comprender, o al menos a acercarnos a ese mal como tratar de tocar lo imposible, que es a su vez la labor con el infinito que teje el poeta.

Pero a su encuentro llegan en tiempos posteriores los cantos de sirena de lo exterior cuyo estandarte-envoltura es el conflicto social y la permanente transformación de una realidad y su problemática, como distracción del hecho fáctico de su quehacer con la creación misma envolviéndolo hacia una nueva dimensión. En ese devenir, entre la negación de la poesía como efluvio embriagante para encontrarla en el deseo de justicia y transformación social, el malditismo fue comprendido también como intensidad en la experiencia vital para tocar las radiaciones sobrenaturales del ser poético que necesariamente se posará en el cometido de principios donde el materialismo científico y dialéctico fueron el soporte desde donde se condujo el canto revolucionario.

En ese ámbito se ubican Heraud y Vallejo. La idea romántica del malditismo tiene sus particularidades en cada uno de ellos; en Heraud es la muerte en la flor de la juventud en su entrega; en Vallejo la consecuencia del poeta e intelectual por sus principios, aun si estamos lejos de comprender sus escritos y la complejidad de lo nuevo, a lo que él llamaba su lenguaje.

Esta reflexión está basada también en las características de los contextos que van de los siglos finales del siglo XIX, donde la fascinación por el simbolismo decanta a la modernidad, a los efectos de la industrialización en masa, los imperialismos, las crisis como la de 1929 y las atrocidades de las guerras.

Si la intención con la convicción del poeta, que fue el propósito de abordaje de este escrito, nos presenta la hechura y el talante del poeta en la actualidad, corriendo el riesgo de que esa consideración del rumbo que toma su creación sea responsable en los tiempos que corren, esta mirada se dirige a esa plataforma concreta que es la realidad social. No es, definitivamente que fuese el sentido de una sola realidad en la plasmación de un universo propio, donde el poeta recoge y traslada sus materiales en pos de su trabajo, pero es el contexto in situ, un piso que se debe tener en cuenta en la gesta de los rumbos y situaciones que toman las sociedades, desde donde, como al recalar en un abrevadero, se bebe para retomar fuerzas y continuar ese camino que en el tránsito hacia la obra poética se constituye en un valor, y como valor esta imbricado a una economía de sentido y necesidad.

Es allí también donde ubico a Kahlo, quizás arriesgo a una opinión polémica si trazo una cuerda que va de Juana Inés de la Cruz a Frida Kahlo, en el sentido de que en sus obras existen particularidades que conectaran hacia futuro en la reivindicación creadora de la mujer. Mientras que en Bolaño la polisemia de su constructo poético se afirma en el mosaico de lo presente donde la discusión del elemento de coherencia narrativa se destruye para evaluar los sentidos; Bolaño es una piedra firme desde donde conectar las diversas vanguardias que abrieron una enorme veta creativa en el siglo XX y lo traslada al siglo XXI.

En esa alteridad, y por ella misma también la convicción del poeta, se extrapola y se coloca en el otro ámbito donde el mal como ruptura, transgresión y una profunda convicción de otear lo incognoscible en relación a la manifestación de la vida misma, la esencia y el malditismo se erigen como ese “reconocimiento” que como ya hemos visto, está constituido por el valor, no solo desde una crítica, sino valor como determinación, asunción de retos, aunque la vida misma se ponga en juego, o, como en el caso de Kahlo, el infortunio es una piedra en la que hallarse.

Quizás pueda no aceptarse el hecho de que malditismo sea el concepto que mejor pueda determinar la connotación simbólica, en el caso de Frida Kahlo o Roberto Bolaño, como en poetas como Vallejo, como podría ser el caso de García Lorca o Víctor Jara, pero reitero que vida y obra están implícitamente relacionadas tanto en la figura del poeta social como en la del poeta puro.

En el tránsito del revestimiento local ¿Cuál será la consideración de exponentes de movimientos recientes de la poesía peruana contemporánea? Lo cierto es que en la construcción arquetípica tiene un rol decisivo en su construcción el calor del momento, los pueblos, ellos guardan toda responsabilidad en la construcción y quizás al final de cuentas, lo sean de una identidad irreversiblemente fallida.

Miguel Blásica

 Lima, julio de 2022

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